Harto claro se vio que las mozas de Rinconeda no contaron con todo lo que estaba pasando al ir a Cumbrales como fueron; y por verse tan claro en la sorpresa y dolor que mostraban, no cayeron sobre ellas las hembras de Cumbrales, y se libr≤ de ser un campo de Agramante aquel campo de la iglesia.
Si un luchador, al levantar la cabeza, mostraba la faz ensangrentada, alzßbase en los contornos un rumor de espanto y de indignaci≤n al mismo tiempo; y entonces alguna voz clamaba por la Justicia. íLa Justicia! íA buena parte se llamaba! Tres concejales, el pedßneo y el alguacil estaban enredados en lo mßs recio de la pelea, brega que brega, no para POner paz, sino porque ellos eran de Cumbrales y los otros de Rinconeda; el juez municipal, que al empezar la batalla se hallaba en la taberna -cuya puerta tranc≤ por dentro Resquemφn, dicho sea de paso, en cuanto qued≤ desocupada-, se escondi≤ en el pajar... con el sobrante de la jarra que tenφa entre las manos, y por lo que hace al alcalde, Juanguirle, ya sabemos que se fue a dormir la siesta poco despuΘs de salir del rosario.
A todo esto, los pl·mbeos nubarrones se Iban desmoronando en el cielo, y extendφan su zona tormentosa, cßrdena y fulgurante, hasta la misma senda que recorrφa el sol en su descenso; y cuando un rayo de sol lograba rasgar los apretados celajes y caφa sobre los entrelazados grupos de los combatientes, relucφa el sudor en los tostados rostros manchados de sangre y medio ocultos bajo las gre±as desgajadas de la cabeza; y cual si aquel rayo, calcinante y duro, fuera aguij≤n que les desgarrara las carnes, embravecφanse mßs los luchadores allφ donde el cansancio parecφa rendirlos, y volvφa la batalla a comenzar, lenta, tenaz y quejumbrosa.